Bizarro y espectral tu recuerdo,
viene como sombra de nube,
latiguéandome impune,
por todas esas veces
que tuve que haberte pedido perdón
y no lo hice,
por todas esas veces que tuve
que haberte gritado y no lo hice.
Hoy no sé donde estás,
pero es de intuir que tu ciclo iracundo
y solapado continúa creciendo
por etapas, promesas y nombres,
entre cuerpos con virtudes, razones
y defectos distintos a los mios,
encarnados en alguna similitud
de tu pasado disfrazado.
Tanto polvo blanco deformó tu capacidad
de hablar sin miedos y con la verdad,
por eso es que aquí y allá el sol
ya no alumbra tanto,
las voces se han ido desgastando
hasta escuchar solo los goterones
que se estrellan en estos papeles aún sin tinta.
Entonces la puerta es cerrada violentamente
por el viento de un aplauso lejano,
su fuerza entra por las ventanas,
y apaga las velas a propósito
para que ya no se vea ni tu sombra.
El eco de tus excusas lagrimeantes
desapareció hasta el punto de sentirme en paz,
una paz extraña. La violencia me hizo el favor
de machacar toda esperanza estupida,
y bloquear todo camino abierto hacia mi fin.
Me he estado acordando de tus juramentos por Dios,
y siento que algo en mi está empezando a cambiar,
vertiginosamente, estrepitósamente,
volviéndome un párrafo ilegible más de la historia
indiferente de estos días.
En medio de este ambiente tan solano y volátil,
oigo voces que me dicen que soy el director de una orquesta
de miedos, con músicos de sobra y dos órganos sin compaz,
uno mi corazón y el otro el hígado a flor de piel,
uno palpita sin ritmo, y el otro, el que aguanta el alcohol
que me hace olvidar, piensa mejor y más
claramente en los segundos que no soy yo.
En síntesis, si pudiera escapar, no lo haría,
no sé si es masoquismo, o simplemente es el hecho
de haberme comprometido en vano con la vida,
pero me quedo aquí, lavando mis penas
con el jabón barato de estas letras sin importancia.