lunes, 26 de junio de 2017

jueves, 11 de mayo de 2017

Adiós



Rojas, pesadas, calientes, caen sobre el concreto.

Es la primera vez que me pasa, no se siente nada, 
no parece gran cosa. 

Las escucho caer, golpear el sueldo, explotar en otras más pequeñas. 

Es la hora del sudor frío, del temblor, es la lluvia roja, 
las gotas no paran. 

Las rodillas se doblan y chocan contra el piso queriendo hundirse en el.  

Cámara lenta, suavidad, espectadores en off, las miradas,
los gritos, el horizonte se está cayendo, ya nada importa. 

La vista al cielo, un último recuerdo, un último vistazo, su rostro, 
su voz, aquel día. 

La mirada cae, también choca, el aire se me escapa y corre una lágrima 
vagabunda buscando un último destino, es la última, estoy seguro.

Todo empieza a oscurecerse, las voces se disipan, se hacen inaudibles,
el ruido cesa.  

A lo lejos, parpadean luces de colores. 



@palabrassiere

miércoles, 29 de marzo de 2017

El frío del metal del revólver Colt de su difunto esposo 
era lo único que podía calentarle el alma en esos oscuros instantes. 

El sonido era como de pezuñas, clac, clac, clac-clac, 
las pisadas eran lentas y pesadas, se escuchaban como al acecho.  

La lámina era de metal y parecía estar aguantando un peso considerable,
la cosa se había movido sobre la esquina de la habitación, y para ese entonces, 
la Señora llevaba ya casi quince minutos sobresaltada en la cama, en silencio, 
observando en la oscuridad, conteniendo su respiración y tratando 
de descifrar la naturaleza de la bestia.

Las gotas de sudor frío colgando en su quijada brillaban en la tenue luz 
que se colaba por la ventana. Solamente el cristal separaba la densa selva 
del interior de su habitación. La cosa se movió al centro del techo, 
las pezuñas o las garras empezaron a rascar, tratando de cavar un agujero 
en el metal galvanizado para atravesarlo.  El sonido se hizo insoportable 
y estridente, entonces en medio del pánico y en un acto de supervivencia decidió 
delatarse encendiendo la luz para enfrentarse incluso al  mismísimo demonio. 

La lámina estaba hundiéndose, el peso empezó a vencer la dureza del metal, 
ella apuntó el cañón hacia la cosa y disparó varias veces, clac, clac, clac-clac, 
maldita sea,  el revólver estaba vacío, le habían sacado las balas por su seguridad. 

jueves, 16 de marzo de 2017

Pegado a la piel

Y allí venía otra vez, del otro lado de la acera, con ese sublime sonido de tacones livianos, voluptuosa, inmaculada, como una epifanía, como el sol saliendo en la región más helada del ártico, ella, singularmente ella, y yo, observándola, ajustándome los lentes, como un completo despojo de la civilización occidental. 

Cassia, un nombre demasiado celestial como para ser real. Era hija de una hermosa italiana de Sardegna y un croata canoso de ojos azules, con rasgos duros y poco amigables, una especie de super soldado de antaño. Sabía todo esto de vista, y también porque lo había confirmado un día en el que tuve la oportunidad de tomar un expreso doble en el café del centro con una de las mejores amigas de su hermana pequeña.

Volviendo al tema de los tacones livianos, allí estaba yo, observándola, podría jurar que a pesar de sus aproximados 1.75 de altura, no pesaba más de unos 55 kilos, lo calculo por el sonido de su tacones. Su cuerpo, atlético, cabello liso castaño, recogido en cola, ojos rasgados, oscuros, seguramente por los genes de su señora madre, todo una diosa italo croata. Deberé tal vez llevarle unos diez años, no creo que más pensé.

Cruzó la acera y se dirigió hacia dónde yo me encontraba, los metros iban desapareciendo entre nosotros, el sonido de sus tacones cada vez más claro. Levantó la vista y me vio a los ojos de una forma directa pero cotidiana. De pronto, una de mis manos entró en rebelión y se desató una especie de insurrección animal, mi mano derecha cobró autonomía y como con ojos propios buscó mi dedo anular izquierdo, tomó mi anillo de matrimonio y empezó a darle de tirones disimulada pero salvajemente. Sal, suelta ese dedo, te arrancaré con todo y piel si es necesario pedazo de oro viejo. 

Imposible, mi mano derecha desistió, un anillo de tantos años no sale tan fácil, y menos con el calor del forcejeo, es inútil debió haber pensado mi mano, luego de una abrupta resignación ante el cese de la fuerza bruta. 
Era la primera vez en muchos años que trataba de quitarme mi anillo como reacción súbita e infantil ante la oportunidad de conocer una mujer que se cruzaba frente a mis narices. 

Cassia por fin llegó frente a mí, directa, decidida, con un aire perfumado y me sonrió diciendo, "Un periódico por favor", se lo di, sin más, mecánicamente, y le dije que era cortesía del puesto de revistas, lo cuál le pareció extraño pero aceptable, me sonrió y desapareció con el periódico dominical así como había llegado.  

Al llegar a casa, me sentí un hombre vil, me sentí un traidor por mi reacción. Me serví un whisky doble y fui al cuarto de baño a enjabonarme las manos para tratar de sacarme el anillo. No pude, el anillo se había abrazado a mi dedo, como quién no quiere soltar un amor, como quién se abraza a la vida, y es que es un anillo que no me quito desde hace ocho años, desde aquel desafortunado día que me cortó la vida en dos, cuando murió mi esposa en el maldito accidente.

miércoles, 15 de marzo de 2017

Las Nubes del Padre


"Nunca he podido y no sé si podré saber algún día, a ciencia cierta, el detalle exacto, real y desenmascarado de la intervención tecnológica divina en los relatos que nos describe la Biblia", dijo Mark, Mark algo, un apellido raro, no lo recuerdo bien, era viernes y estábamos bebiendo. Me dijo que era un ingeniero físico y doctor en teología de alguna universidad que no viene al caso, pero que yo había tenido la extraña suerte de conocer en uno de mis bares cotidianos aquella noche de tragos de fin de mes. 

"La nube que cuidaba al pueblo de Israel en el desierto en su escape de Egipto, la nube en la que apareció Dios en el desierto, la nube en la que ascendió Jesucristo al cielo, la nube de Apocalipsis donde aparece Yahvé, las nubes en las cuáles serán arrebatados los vencedores a los cielos, etc, las nubes son la clave, son los taxis del cielo, sus naves, algunos de los ángeles de Dios usan tecnología para moverse" dijo Mark, quién estaba en el momento cumbre de su informal exposición en la barra del bar.  No recuerdo bien qué más dijo porque yo tenía mi atención mayormente centrada en el escrutinio disimulado de la sobriedad de aquel singular bebedor, sin embargo no dejaba de interesarme en el tema de las aerolíneas de Yahvé, pero para ese entonces habíamos pedido ya otro pichel más de cerveza oscura tipo bock, y Mark, el teólogo cervecero, parecía irse perdiendo con cada sorbo en un monólogo cada vez menos objetivo en medio del ensordecedor lugar. 

Las horas fueron pasando, yo ya no estaba disfrutando la música y llegué al punto etílico en el que supe que era suficiente por esa noche, entonces me levanté, le agradecí y le estreché la mano, y conforme fui saliendo, empecé a darme cuenta que era la primera vez en diez o doce años que tengo de visitar Bierstube (así se llama el bar), que me encuentro con una personalidad del calibre de Mark.  De hecho pensé, este alemán habla español perfecto, viene a la barra, se bebe cinco o seis tarros conmigo, se le desata la lengua en hablar cosas mágicas, interesantes, interesantísimas incluso, y aún más reales de lo que mi ebriedad hubiese podido permitir, y por si la charla hubiese sido poca cosa, me paga la cuenta, no sé, aquella fue una de esas noches en las que salgo contento de un bar, meditando en las palabras de un extraño y estando todavía más seguro de mi fe.

@palabrassiere

miércoles, 8 de febrero de 2017

Ser como las semillas, 

que aunque las hundan en la tierra, 

un día se levantan y crecen 

queriendo alcanzar el cielo.
Darle la bienvenida a lo que ya no está, 

como huésped de la memoria, 

como recuerdo a prueba de tiempo.
No te puedes negar a bailar con la vida, 

aunque no sepas bailar, 

aunque la vida no sepa bailar.

martes, 31 de enero de 2017

Ser como las semillas, 

que aunque las hundan en la tierra, 

un día se levantan y crecen 

queriendo alcanzar el cielo.
Escribo textos. Algunos se van volando. Unos caen a tierra, como semillas. Y otros se pudren.