miércoles, 29 de marzo de 2017

El frío del metal del revólver Colt de su difunto esposo 
era lo único que podía calentarle el alma en esos oscuros instantes. 

El sonido era como de pezuñas, clac, clac, clac-clac, 
las pisadas eran lentas y pesadas, se escuchaban como al acecho.  

La lámina era de metal y parecía estar aguantando un peso considerable,
la cosa se había movido sobre la esquina de la habitación, y para ese entonces, 
la Señora llevaba ya casi quince minutos sobresaltada en la cama, en silencio, 
observando en la oscuridad, conteniendo su respiración y tratando 
de descifrar la naturaleza de la bestia.

Las gotas de sudor frío colgando en su quijada brillaban en la tenue luz 
que se colaba por la ventana. Solamente el cristal separaba la densa selva 
del interior de su habitación. La cosa se movió al centro del techo, 
las pezuñas o las garras empezaron a rascar, tratando de cavar un agujero 
en el metal galvanizado para atravesarlo.  El sonido se hizo insoportable 
y estridente, entonces en medio del pánico y en un acto de supervivencia decidió 
delatarse encendiendo la luz para enfrentarse incluso al  mismísimo demonio. 

La lámina estaba hundiéndose, el peso empezó a vencer la dureza del metal, 
ella apuntó el cañón hacia la cosa y disparó varias veces, clac, clac, clac-clac, 
maldita sea,  el revólver estaba vacío, le habían sacado las balas por su seguridad. 

No hay comentarios: