Esa noche apagada en mil silencios estuve viéndola dormir,
pero supe que no soñaba conmigo. No quería despertarla,
sólo quería acomodarme a su cuerpo,
como si fuera un presentimiento lógico y plagado de miedos.
Quería aliviar la insuperable paranoia crónica que se fortalecía
al paso de los minutos enmedio de aquel cuarto oscuro
y que seguía consumiendo sin distinción mi inteligencia y mi estupidez.
Quería encender algunas chispas multicolor para encontrarme
con su luz y poder buscar el vaso con agua que había dejado
por alguna parte del piso.
El miedo a dormir amenazaba mi subconsciente con la posibilidad
de nunca poder despertar, y así sucedió, casi sin evitarlo empecé
a perderme sin sentido en una espiral irrepetible de pensamientos.
Al abrir sus ojos me sepultó involuntariamente con su avalancha
de razones inequivocas hilvanadas por su hígado.
Así fue como empecé a perder el miedo al vacío,
así fue como me dejé caer entre palabras inflexibles,
entre ademanes violentos y entre decibeles ofensivos
incitados por la necesidad.
Hoy aún estoy cayendo,
pero el temor se estrelló mucho antes que yo.
Hace 2 meses
1 comentario:
"Hoy aún estoy cayendo,
pero el temor se estrelló mucho antes que yo"...
La contundencia de la verdad absoluta en esta frase.
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