Me dió un poco de cosa el hecho de saber que pude haberle dado algo de dinero y no lo hice, así que regresé. El sol ya se estaba ocultando, había frío, olor a humo de camioneta y los rótulos neón habían empezado a encenderse en los locales de la avenida. Tenía ganas de un par de cervezas, pero no fui por ellas hasta encontrar al chiquitín y darle la plata que necesitaba. Lo encontré sentado en unas gradas, sus ojitos estaban cristalizados, me pareció que quería llorar, le pregunté por su familia y aparentemente no tenía, le pregunté si quería venir conmigo y me hizo una carita tan tierna que lo tomé de la mano y me lo llevé.
No sé si debí haberlo llevado allí, pero lo senté a mi lado en la barra, el lugar estaba vacío. Pedí una cerveza oscura, a él le pedí unas empanadas y una coca cola. Me contó historias en blanco y negro que se me hacían encarnadamente parte de mis propios recuerdos, me perforaban los oídos y llegaban sin misericordia al nido de mis sentimientos.
No pude más, sus palabras inocentes encontraron un descomunal río subterráneo de lágrimas en mi alma de animal. No quería que me vieran llorando, no era nada cómodo ver a un tipo como yo, llorando en silencio frente a un muchachito. Me levanté varias veces al baño, pero fué inútil, cada vez regresaba con los ojos aún más rojos e hinchados. Regresaba rápido, supongo que lo hacía por estar pendiente de cuidarlo y ver que nadie se metiera con él.
Con sus apenas cinco años me dijo: “¿Estás llorando por tu mamá y por tu papá?, seamos amigos y yo te voy a cuidar”, sentí que me había encontrado a mi mismo, entre sus palabras, sentí que ese chiquito había venido del pasado a mi camino. Le dije: “Papito, desde hoy tu y yo somos amigos, yo te voy a cuidar siempre”, lo abracé y se refugió en mi cuello. Su carita estaba fría, parecía un perrito, tenía un olor como leña quemada muy familiar y se terminó mezclando con mi olor a Jean Paul Gaultier evaporado.
Cuando le empezó a llegar mi afecto, tomó más confianza y me abrazó como al papá que algún día lo abandonó, sentí que esa personita había encontrado lo que un día perdió, y justo fue allí cuando sutilmente su imagen volvió a mi interior, su ser volvió a mis recuerdos donde eventualmente saldría para abrazarme y hablar conmigo.
Esa noche, me quedé solo en el bar de la esquina, abrazando mi bufanda con mi imaginación en carne viva. El me dió las buenas noches, me dió un beso y se fué a dormir a su casita tibia escondida en mi corazón.
Hace 2 meses
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