El balam en el espejo no se movía, no me quitaba la vista, seguía cada uno de mis movimientos.
El rugido siempre paralizante, era inevitable sentir un poco de miedo, aunque no sé si era miedo en sí, o solo una profunda precaución instintiva, aún así, yo le devolvía la misma mirada fría y serena.
Más que contemplarnos con cautela, parecíamos estar poniéndonos de acuerdo en medio de largos minutos casi insostenibles.
Supe que el enfrentamiento entre esas dos naturalezas había sido escrito en piedra, y una de las dos ganaría tarde o temprano.
Hace 2 meses
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