miércoles, 6 de abril de 2011

Estaba sentado en la orilla de la fuente, no había nadie más. Las gotas salpicaban una a una sobre su espalda y brazos. El sonido del agua era cautivador, hipnotizante se podría decir. El gentío estaba sólo en su mente, aparecían en el mismo lugar donde habían acostumbrado estar. El fotógrafo con sus caballos de madera en la esquina, el puesto de fruta en la calle, las bancas llenas de turistas, los cascos de los caballos, el humo de cigarro, el sol en su esplendor de la tarde acentuándo el brillo en los ojos de las personas, las sonrisas lanzadas en ofrenda al enigmático dios de las preguntas sin respuesta, y lo que no podía faltar por supuesto, la maldita e inexorable sensación de sentirse acompañado estando tan perdido en medio de la nada.