Mi abuelo le decía a mi abuela "Chula", mirá Chulita aquí, mirá Chulita allá, ave María purísima contigo Chula, etc. Más de cincuenta años estuvieron casados. Generalmente mi abuela era la que se le ocurrían ideas y cosas para hacer en la casa, temas entretenidos y domésticos, de todo, pequeñas construcciones y arreglos de la casa etc, era bastante entretenido y divertido, yo crecí con ellos.
Recuerdo esa vez que me desperté escuchando martillazos en el jardín, sonidos de tablas arrastrándose, era mi abuelo construyendo algo, viva imagen del coyote construyendo una trampa para atrapar al correcaminos, algo bastante similar. Se trataba del nuevo proyecto ideado por mi abuela, previamente dibujado a lápiz y a mano alzada sobre un papel a líneas algo amarillento. La escalera estaba reclinada sobre el balcón que daba a la sala de estar, y se veían los dos pies de mi abuelo en el último escalón. Era una de las pocas veces que mi abuelo subía tan alto para martillar algo, solamente lo solía hacer para podar la bouganvilia, pero eso era a cada dos o tres meses, y a mi juicio, aquello era mucho más arriesgado.
En fin, recuerdo haber visto la escena, pero preferí primero entrar a la cocina a saludar a la abuela y a la tía cuándo escuché el golpe. Fue un golpe seco, sin rebote, se escucharon romperse las ramitas del naranjal y del duraznal. Al instante todos volteamos hacia el balcón, y vimos la escalera de madera tirada hacia la derecha, no había señales de mi abuelo y se veía el desgaje de ramas y la falta de hojas que dibujaban abstractamente una ampliación en su follaje. Las corrientes eléctricas que nos impulsaron a salir corriendo a ver si el abuelo se encontraba bien, no fueron tan rápidas como la puerta de la sala cuándo se abrió de golpe, y el susto o la sorpresa, más que de la caída, de ver al abuelo raspado y enojado, "Chulaaa ya estoy harto de estos proyectos pendejos que me ponés a construir, por poco me mato, ya no quiero saber nada de este palomar que me pusiste a armar”.
No sé cómo hice para no reírme, sentía una bomba de carcajadas contenida en mi interior. La abuela y la tía se llevaron del brazo al abuelo para sentarlo en el sillón y curarle los raspones. Le dieron un vaso de agua con azúcar por "el susto". Mi abuelo era un hombre duro, delgado, necio también, y por suerte, salió practicamente ileso.
Unos días después, el palomar estaba terminado, hecho de madera con retazos de tablas, era bastante pintoresco, clavado sobre la pared y amarrado con alambre en el balcón.
Fue el mismo abuelo quién días después llegó sonriente esa tarde del mercado, iba contento, llevaba dos parejas de pichones en una canasta de mimbre. Aquel atropellado proyecto, sería su nuevo hogar y también, la nueva atracción de la casa de la Chula.